"Jesús le contestó: el primer mandamiento es:
Escucha Israel: el Señor nuestro Dios, es un único Señor.
Al Señor tu Dios amarás con todo tu corazón,
con toda tu inteligencia, con todas tus fuerzas.
Y después viene éste: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. No hay ningún mandamiento
más importante que éstos” (Marcos 12:29-31)
Noviembre es un mes especial para Casa de Luz ICM, celebramos el mes de las familias en la diversidad. Este año bajo el lema: DIOS ES FAMILIA, FAMILIA SON LOS VÍNCULOS. Y lo hacemos en estas fechas, fuera del marco en que las iglesias tradicionales lo conmemoran, porque de hecho nuestra perspectiva de la familia, no encaja en el estrecho esquema planteado por sus doctrinas. Pretender hacerlo sería como aplicar un remiendo nuevo a un viejo traje.
¡El vino nuevo, mejor en odres nuevos!
Entendemos a la “familia” como el ámbito primario y fundamental de las relaciones humanas, las que son posibles por los vínculos que se crean en el amor. Trasciende en nuestro entender a los lazos consanguíneos (aunque los incluye), las leyes tradicionales que la regulan su estructura como célula base de la sociedad y obviamente no se deja enclosetar en un único modelo tipo. La familia es tan diversa como los mismos seres humanos lo son, imposible abarcar o contener dentro de un formato único. Cualquier pretensión en este sentido generaría –y vaya si lo hace- exclusión y discriminación.
Creemos en un Dios uno y trino (diverso), un solo Dios en tres personas: Padre – Hijo –Espíritu. Creemos en un Dios Familia que hace la unidad a través de la comunión de los vínculos. ¿Cómo no creer en la familia diversa? ¿Cómo no entender la variedad de expresiones que hacen posible el amor y la comunión de las personas? ¿Cómo pretender abarcar bajo la “ley” tanta diversidad en el amor?
Vivimos en un mundo que debate a la familia entre la pretensión de contenerla en un “formato” único, tradicional, heteronormativo, patriarcal… y la libre expresión de los vínculos espontáneos y diversos que se dan entre las personas. Un debate profundo entre la lectura ideológica y fundamentalista de la realidad y las expresiones genuinas e incluso estadísticas de la misma; los censos de los países latinoamericanos –curiosamente bastantes coincidentes entre ellos- revelan que sólo el 30% (+-) de las familias responden al modelo tradicional (mamá, papá, los nenes, la abuela y el perro) mientras que el restante 70% corresponde a grupos familiares diversos: monoparentales (padres o madres solas con hijos), hermanos que viven juntos, amigas y amigos que comparten vivienda y constituyen una identidad de hogar; parejas del mismo sexo con hijos o sin ellos, por mencionar sólo algunas de las expresiones emergentes de este mundo, que no se deja atrapar en un único y solo formato. Un mundo pluriforme, multicolor en el horizonte ancho y extenso del arco iris de la creación.
Y pese a estas cifras categóricas, los grupos fundamentalistas se niegan a ver la realidad tal cual es y respetarla… A cambio pretenden justificar el imperativo de sus doctrinas argumentando con lo que llaman “ley natural” o “ley de Dios”. Y lo peor, imponen su poderío interponiendo leyes que privilegian a su “trasnochado modelete” y excluyen a los que no se le adhieren. Grito desesperado de su propia miseria humana, que no les deja ver con los ojos del amor a su prójimo, a su semejante en la belleza de sus diversidades.
¿Cuál ley natural? Basta con echar un vistazo a la historia humana para ver la variada y exquisita diversidad con que los seres humanos se han agrupados para establecer sus vínculos primarios; y el único denominador común que de allí se desprende es la búsqueda de protección, mutualidad, contención afectiva, social y económica… todo lo demás es un agregado conceptual que afirma las variadas y múltiples interpretaciones de esos grupos, pero nada más. Y en esa historia natural de agruparse socialmente los seres humanos, se han diseñado vínculos muy variados que van desde la familia poligámica, pasando por la familia extensiva, las sociedades matriarcales, los grupos tribales y en el último suspiro de la historia, lo que hoy se da ha llamar la familia nuclear patriarcal. ¿Podemos hablar de “una” ley natural que establece un modelo único de familia para la humanidad? ¡Claro que no! Y tomo como documento para esta afirmación, el mismo texto bíblico en su más ancho y extenso alcance, donde el pretendido modelo de “familia nuclear” es muy difícil de encontrar, salvo contadas excepciones.
¡La única Ley de Dios es el amor! Y ella debiera inspirarnos respeto e inclusión. Un amor que nace en el reconocimiento de Dios como su fuente y que exige de cada creyente su adhesión total y sin reservas: amar a Dios con todo el corazón, la inteligencia y la fuerza… Un amor que se trasciende de los límites individuales y se proyecta al “prójimo”: el próximo, el semejante. No hay, según la palabra de Jesús, mandamiento, ley que se le anteponga a ésta.
Ley de Dios que se afirma en los vínculos que nos acercan, que nos unen los unos a los otros, así como el mismo Creado lo hace con cada uno y la humanidad toda. Porque esa es su vocación: la unidad. ¿Cuál es la duda entonces? ¿Cuál es la dificultad con vivir cada una de las relaciones humanas, así como se den, dentro de este principio del amor? ¿Cómo le hacen para vivir en paz generando exclusión, rechazo, discriminación? ¿Cómo le hacen para hablar en nombre de Dios?
Amar no es una ley que se deba cumplir como un mandato. Amar es un privilegio, un don, un valor muy preciado que nos une a lo más profundo y significativo de la vida. Amar es un camino y una oportunidad de comprender la vocación humana. Quien ama, no puede otra cosa que bendecir la vida allí donde esta se encarne: la creación, las personas, sus relaciones y vínculos.
“AMA y haz lo que quieras…
Cómo esté dentro de ti la raíz del amor,
ninguna otra cosa sino el bien podrá salir de tal raíz”.
San Agustín
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