"El les contestó: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?
Y mirando a los que estaban sentados en torno a él, dijo:
Aquí están mi madre, mis hermanos. Porque todo el que hace
la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”
(Marcos 3:33-35)
Y mirando a los que estaban sentados en torno a él, dijo:
Aquí están mi madre, mis hermanos. Porque todo el que hace
la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”
(Marcos 3:33-35)
Jesús está reunido con sus seguidores, al inicio de su misión; está compartiendo su mensaje, las buenas nuevas que trae de Dios para su pueblo. Y en esta etapa de su ministerio, el impacto era muy importante. No sólo anuncia esperanza y cambios, el mismo es el cambio y en cada palabra, en cada gesto lo enseña con singular pedagogía. Las viejas y gastadas estructuras ya no podían resistir lo nuevo de su evangelio. Era necesario poner ese vino nuevo, en nuevos odres. Nuevas estructuras para vidas nuevas.
En eso llegan su madre y sus hermanos, su familia de origen, su sangre, su tradición propia. Preguntan por él y sus seguidores inmediatamente se lo dejan saber: Ahí están tu madre y tus hermanos… Y he ahí su desconcertante respuesta: ¿mi madre y mis hermanos? ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
La familia de Jesús es mucho más que la estructura que le da origen. Para Jesús la familia son los vínculos que se construyen… Y la pauta de esos vínculos son la voluntad de Dios: Dios es familia y familia son los vínculos. Jesús trasciende el determinismo biológico y social de la familia y lo extiende mucho más allá de sus límites. Lo lleva al seno mismo del amor, lo alcanza al prójimo, al semejante. Jesús universaliza la familia al punto que desestima la estructura institucional y revaloriza las relaciones que se crean y la ética de las mismas. La familia de Jesús es aquella que se funda en el amor y el fluir del mismo como don de Dios que libera, acerca, une a las personas.
Por eso una vez más reafirmamos, con Jesús, nuestra vocación de amar y crear vínculos de solidaridad, de respeto, de dignidad, de justicia, vínculos que nos encuentren y nos unan en el propósito de vivir según la voluntad de Dios. Somos familia en el amor!!! Y nada más importa.
El pasado domingo celebramos la bendición para todas las familias, y en ese servicio bautizamos a Sophia Elizabeth. Sophia, de apenas 3 años, con su vestido blanco, recorría de un extremo a otro el santuario con su pandero en mano, animándonos a cantar. Para ella era una fiesta, su fiesta. Y paradójicamente para nosotros también. En la celebración de su bautismo, todos renovábamos el nuestro, renaciendo con ella a una vida nueva: la vida en el espíritu de Dios que nos hace familia, esa familia de amor que sentíamos unirse a cada momento de la liturgia.
Sophia en su inocencia, como Jesús, nos enseña acerca de la familia. Hace días atrás sus mamás Denisse y Karla me contaban esta historia sobre su niña… Las tres habían ido a una tienda, para realizar unas compras. Sophia, se entretuvo buscando cosas para ella, tomo algo… entonces se le acercó el vendedor de la tienda y le preguntó: ¿y tu mamá? Entre tanto, Karla estaba cerca y Denisse un poco más allá. Sophia tomó la mano de Karla, y mirando fijamente al vendedor le dijo en su valvuseo inocente: “Mamá Karla”. Luego tomó la mano de Denisse y dijo: “mamá Denisse”. Pero no conformándose con ello, Sophia unió las manos de Karla y Denisse, y sin dejar de mirar fijamente al vendedor, exclamó: “¡Mamás!”
¿Qué habrá entendido el vendedor de esa revelación? Vaya uno a saber. Pero para Sophia Elizabeth, el concepto “mamás”, incluye a sus dos mamá: Karla y Denisse. Ella sabe, perfectamente cual es su vínculo, como es ese vínculo y en que se basa. Ella sabe quien la protege, quien la alimenta, quien le cuenta cuentos antes de dormir, quien la regaña, quien la acaricia, quien le cambia los pañales… Ella sabe quien la ama. Sabe quien hace la voluntad de Dios para su vida…
Cuando escuché esta historia, me estremecí profundamente, y sentí que debía renovarme en mis ideas, en mis estructuras para comprender hasta donde nos puede llevar el amor. Sophia, como Jesús, me sacó de las viejas categorías de análisis de la familia, una vez más me llené de preguntas acerca de lo que un niño, una niña necesita de los adultos, para crecer. Una vez más comprendí que los niños son más frescos y permeables al amor de lo que somos los “grandes”.
Ojalá, este mundo tan lleno de sí mismo, pudiera dejarse transformar por el amor, así como los niños. Ojalá todas las familias puedan tener una Sophia que les enseñe las cosas simples de la familia, así como ella, con su pandero iba despertando sobre nosotras y nosotros la alegría y la frescura de renovarnos en el Espíritu liberador de Dios.
Dios bendigas nuestras familias, todas las familias: las tradicionales, las diversas, pequeñas y las extensivas… y nos conceda su Espíritu de amor para vivir plenamente su liberación.
Muy bonito relato el que comparte en éste post.
ResponderEliminarSin duda, los niños son mucho más abiertos y receptivos al amor y a entender cosas que son simples pero que los adultos complicamos y bloqueamos.
Dios bendiga a ésta familia y a ésta niña.
Saludos.