jueves, 10 de diciembre de 2009

Voz que clama



"Juan empezó a predicar su bautismo…
Así se cumplía lo que está escrito en el libro de Isaías:
Escuchen ese grito en el desierto:
Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos
Rellénense todas las quebradas
y aplánense todos los cerros.
Los caminos con curvas serán enderezados
y los ásperos suavizados,
entonces llegará la Salvación de Dios
y todo mortal la contemplará …”
(Lucas 3:3ª,4-6)


La cruel y terrible guerra había terminado… finalmente el odio xenófobo, el racismo y la peor de las perversiones fratricidas -hasta entonces conocidas- había sido vencida en el campo de batalla. El mundo ya no era el mismo, millones habían muerto víctimas de una falsa creencia: “la superioridad de un ser humano sobre otro” por razones de raza, fe, pensamiento político, orientación e identidad sexual…

El 10 de Diciembre de 1948, el mundo se recomponía estableciendo un nuevo orden regulado por la asamblea mundial de los pueblos: Naciones Unidas. Este nuevo organismo de alcance global reuniría desde entonces a los gobiernos del mundo, para negociar acuerdos sobre la convivencia internacional y el primero, el más significativo tuvo que ser acerca de la dignidad de la condición humana, desde entonces la llamamos: Declaración Internacional de los Derechos Humanos.

Claro que los “Derechos Humanos”, no son un descubrimiento de Naciones Unidas, pero sí el primer acuerdo mundial, planetario, global si se quiere, que reconoce el carácter inalienable de los derechos de las personas, derechos que debemos reconocer, respetar, valorar y promover. La cartilla de 1948 fue profundizando el alcance de los mismos desde entonces para llegar la condición de genero, los derechos de los niños, los derechos laborales, la justicia social…

Pero aún, Naciones Unidas tiene un debe, un gran debe… El Nazismo y el Stanilismo de la II Guerra, con sus campos de concentración, sus torturas y muertes indiscriminadas, sus cámaras de gas, su explotación no exterminaron solamente a judíos, gitanos, militantes de izquierda, católicos y protestantes que se oponían al régimen autoritario tanto alemán, como ruso…Ese horror persiguió, secuestró, torturó, experimentó científicamente con sus cuerpos y vidas, asesinó también a varones homosexales (a los que se discriminaba con un triángulo rosa) y a mujeres lesbianas y sexoservidoras (triángulo gris). Miles son las y los desaparecidos por los regímenes, las y los que aún claman justicias desde el olvido, la indiferencia y la muerte impuesta por el silencio.

Desde 1948 Naciones Unidas ha desconocido este genocidio, ha mantenido un manto de silencio ante el horror y el odio homofóbico, lesbofóbico, bisfóbico, transfóbico… sin que con ello comprometa a los Estados en defensa de los derechos de las personas diversas sexual y genéricamente. Su silencio e indiferencia ha generado profundas grietas en todos los derechos humanos y la licencia para que la discriminación, el odio a lo diverso, el fundamentalismo sigan aún –a 61 año de su declaración- con las viejas ideas destructoras que inspiraron a Hitler, Staling, Mussolini y tantos otros que le siguen hasta nuestros días, y basta citar ejemplos tales como los de Irán, Egipto y la mayoría de los países islámicos en tema de diversidad sexual, hasta las declaraciones del cardenal Lozano Barragán y la cúpula de la jerarquía católica que siguen reforzando con su discurso y sus acciones el odio homofóbico.

El concepto de los Derechos Humanos no es un invento moderno del siglo XX, su raíz más profunda es parte de muchos pueblos y entre ellos el pueblo que nos da identidad en la fe: Israel. Ya los profetas anunciaban una justicia divina que dignificaba la condición humana y que llamaban a los pueblos y gobernantes al cambio, a la justicia, a la equidad, al respeto por el semejante extranjero, esclavo, mujer, niño, viudas, enfermos… Claro que hoy podríamos ampliar esta lista con los excluidos actuales.

Cuando Juan el Bautista aparece en el desierto, fiel a la tradición profética de Israel, levanta la voz de Dios desde la austeridad y el despojo, desde la necesidad, desde el hambre y sed de justicia que llaman una vez más a la conversión, al cambio…

Preparen el camino, enderecen los senderos, rellenen las quebradas, aplanen los cerros… Es el clamor de un Dios encarnado en la condición humana reclamando justicia, equidad, respeto a la dignidad y los “derechos humanos”. Es la voz y el clamor de un Dios que no es indiferente al sufrimiento de los pobres. Y desde su autoridad creadora convoca a reconocer el “pecado”(todo aquello que aparta a la persona de la gracia de Dios y del sentido primero de la Creación, por decisión propia); a reparar el daño ocasionado al planeta, a los demás y a sí mismos; a cambiar el rumbo.


Hoy como nunca, en medio de un mundo dividido por la injusticia social, la inequidad, la pobreza, la discriminación, el egoísmo, la violencia, el abuso, la corrupción, el acomodo, la trivialidad, la arrogancia, el desprecio, la ignorancia … Hoy como nunca necesitamos enderezar los caminos, rellenar los huecos y aplanar las diferencias establecidas por la violación y la indiferencia a los Derechos humanos de todas las personas.

Hoy… ¡ahorita!, como nunca necesitamos preparar ese camino para que Dios pueda hacer algo nuevo y diferente con este mundo. Necesitamos creer que es posible una convivencia humana diferente, donde la diversidad no signifique un riesgo para nadie, donde se democratice el acceso al poder con justicia y equidad y todas las personas puedan comer, vestirse, trabajar, acceder a la salud, la educación, la seguridad pública, el respeto, la familia, la libertad, la paz.

Necesitamos reconocer al otro como nuestro semejante y allanar los caminos que nos separan. Porque necesitamos salvarnos del odio y la muerte, y sólo si hacemos cambios reales -personales, sociales y estructurales- veremos en el horizonte, el surgimiento de un nuevo orden mundial. Sólo si asumimos nuestra conversión, seremos capaces de vere llegar la liberación que Dios ha querido darnos desde siempre, y decidir vivir para siempre en ella

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