martes, 13 de octubre de 2009

¿Todo?...Todo


"Uno corrió a su encuentro y arrodillándose delante de él, le preguntó:
“Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?”
Jesús: “Ya conoces los mandamientos…”
El otro contestó: Maestro todo eso lo he cumplido desde joven
Jesús lo miró, sintió cariño por él y le dijo:
“Sólo te falta una cosa: anda, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres
y así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.”
Cuando el otro oyó estas palabras, se sintió golpeado,

porque tenía muchos bienes, y se fue triste…”
(Marcos 10:17b, 19ª,20-22)

De alguna manera todas y todos los cristianos tenemos una historia parecida con Jesús. En algún momento llegamos a su encuentro motivados por diversas y muy variadas razones: alguien que nos habló de él, nos enteramos y nos sedujo su mensaje, sus “milagros”, el cómo se relacionaba con la gente sin discriminar a nadie y aceptando a todos, su misericordia, su mente abierta y contestataria; o fuimos testigo de la transformación de alguna persona a partir de un encuentro con él, o pudimos haber protagonizado nosotros mismos, un suceso que removió nuestra vida, como aquél, cuando más devastados estábamos y su palabra hizo eco en lo profundo de nuestro ser y nos levantó del pozo y nos echó nuevamente a andar…Venimos al encuentro con Jesús, porque nos atrae su presencia y queremos ser parte de sus promesas…El nos mira con cariño, nos escucha y nos responde: “déjalo todo y ven, sígueme”.

Seguir a Jesús implica responder a ese llamado. Pero… ¿dejarlo todo? ¿Cómo que vender y repartir mis posesiones para después ir tras él? ¿Cuales posesiones? ¿Para seguirle a dónde? ¿Con qué objeto? ¿Qué me están diciendo, en verdad, estas palabras? ¿Qué me están pidiendo? Queremos vidas mejores; queremos felicidad, paz, libertad; vidas con “onda”, “buena vibra”, en la que podamos ser libres, ser nosotras y nosotros mismos, en la que podamos amar y ser amados. ¿Y cómo es eso de que tengo que dejarlo todo, para ser parte de su proyecto? ¿Por qué tengo que desprenderme de lo que es mío? ¿También debo vender y repartir mis sueños, mi búsqueda, mi deseo, ese don que me hace ser quien soy y tener un lugar en el mundo? ¿Debo renunciar a todo lo que amo? ¿Cuál es el alcance de estas palabras de Jesús? ¿Hasta dónde llegan?

Es interesante como Marcos en este pasaje no personaliza al sujeto que se presenta ante Jesús, simplemente habla de “uno”, “otro”, dejándonos así la puerta abierta para que nos identifiquemos.? Cada una, cada uno es “ese” que se siente movido a obtener la plenitud de una vida sin fin. Pero se trata de algo más que “portarse bien”, algo más “que obrar correctamente”, algo más que la obediencia a la ley moral, se trata de renunciar a todo para seguirle o mejor no anteponer nada que se interponga a su seguimiento: ideas, doctrinas, afectos, personas, cosas materiales... Y precisamente eso es amar: entregarlo todo sin reservas.

El protagonista de este encuentro se retira con un sentimiento de tristeza porque tenía mucho y parece que no estaba dispuesto a renunciar a ello. O sencillamente no compendió el mensaje de Jesús. Y no hay dolor más profundo, oscuro y traicionero que el que nos enfrenta a nuestras posesiones, cuando éstas ocupan un lugar y peso, tan significativo en nuestras decisiones, que no nos deja ver más allá de ellas y del narcótico placer de sentir el poder tenerlas.

En realidad Jesús no está pidiendo otra cosa más que nos animemos a ser libres y que nuestra elección trascienda el sentimiento posesivo de las cosas, de las personas, de las ideas, de los afectos... Una invitación a vivir como él vivió, libre y con el corazón lleno de nombres y personas, toda la humanidad en el universo profundo de su razón de ser.

Y claro que es difícil entenderlo, mucho más vivirlo… tan difícil como pretender pasar un camello por el ojo de una aguja. Pero lo que es imposible a nuestra comprensión, para Dios no lo es y quizá sólo necesitemos confiar en él y dejarnos guiar. Una cuestión de fe. Y para aceptar la fe en nuestras vidas hay que despojarse de las “riquezas” con que nos llenamos, vaciarnos de nosotros mismos para que la gracia misma del Espíritu de Dios, entre en nosotras y nosotros y esto permita un dialogo profundo que nos mueva, nos oriente, nos libere de cualquier atadura que tenga por fin la tristeza, la decepción, el sin sentido…

Quizá sólo necesitemos la fe para seguir a Jesús… La fe en sus promesas, en su esperanza, en su compromiso. Quizá se trate de vivir y comprometerse con la vida. El gran tema de la libertad se juega en asumir que nuestra capacidad para elegir, y elegir siempre conlleva una renuncia implícita, todo lo demás que queda fuera de la elección que haga.

Dios nos da el amor, pero esto no significa nada si yo no lo asumo y me comprometo. Sólo cuando me la juego por ese amor comienza el camino a la plenitud. Pero al decidirme, deje afuera todo lo demás, todas las demás opciones y posibilidades. Para ser felices en ese amor, necesitamos dejar todo y en la desnudez de la elección confiar en nuestra decisión y construir a partir de ella. Y todo lo que dejamos se compensa en lo que viene de la mano de nuestra decisión, y siempre hay más que aquello que dejamos en el camino.

Cuando nos comprometemos, siempre ganamos más de lo que entregamos: más hermanos, más padres, amigos, más oportunidades de compartir y celebrar, más paz y abrazos que la sustentan. Cuando renunciamos a tener toda la verdad, llega a nosotros los pedacitos de verdades que se encarnan en todos los demás.

Cómo dijera Teresa de Ávila:

"Nada te turbe, nada te espante,
Quien a Dios tiene, nada le falta
Sólo Dios basta...”

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